MORO
Despunta la madrugada,
apenas los rayos del sol
alumbran la copa de la arboleda.
Solo la paja mustia debajo,
húmeda por el roció no ve el sol.
Como capricho imponente,
la caballada se para al naciente.
Solo uno se acerca al corral.
Tranquilo en su andar
se para y observa.
La silueta de su patrón,
que suavemente lo llama.
Ven Moro, ven…, tranquilo.
El como si escuchara e interpretara,
se acerca, y agacha su cabeza.
Moro, Moro tranquilo,
el patrón le dice bajo.
Lo encilla y su rostro acaricia.
Lejos se divisan dos siluetas,
relincha como conociéndolas.
Eran el niño y su mamá.
El niño que debería llevar,
cotidianamente a la escuela.
Parecía estar feliz de verlo,
aún más el niño corría a acariciarlo.
Camino de fantasía hacías.
Él vivía su aventura de sueños.
Lo esperabas en el patio,
y cuando finalizaba la jornada,
moro de aquí, moro de allá.
Los niños jugaban en tus patas,
solo los observaba y parecía sonreír.
Más cuando él llegaba y subía,
hasta que los niños no se retiraban,
no avanzaba por miedo a lastimarlos
De nuevo el regreso a casa,
feliz de ver el sembradío.
Paraba frente al rancho,
para ser liberado y retozar.
Moro que gran nobleza,
nostalgia viva de un mensaje.
Víctor A. Jouvardás
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